Comentario
En la noche del 10 de mayo se presentó en Gran Bretaña Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler, en uno de los más sorprendentes y rocambolescos episodios de la II Guerra Mundal.
Hess inició los preparativos de su viaje con gran secreto. Trataba de evitar que cualquier rumor se filtrase hasta Hitler. Desde el verano de 1940 pidió a su secretaria Hildegard Fath que reuniera datos sobre las condiciones meteorológicas en Gran Bretaña y mar del Norte. Se hizo también con las cartas de navegación aérea más modernas y las estudió concienzudamente, porque el viaje habría de ralizarse en avión. El aparto lo consiguió en la factoría de Messerschmitt.
Elly Messerschmitt consideraba a Hess un excelente piloto. No habría puesto obstáculos a que probase sus modelos de no temer un accidente y las subsiguientes iras de Hitler. En 1947 diría a la prensa: "Hess me rogó repetidamente durante el otoño de 1940, en Augsburg, que le permitiera probar los nuevos aviones de caza. Me negué a ello al principio, pero como Hess insistiera y señalase que su opinión de experto le concedía este derecho, le di autorización para volar en el modelo más avanzado del Me-10, que entonces iba a producirse en serie. Después de uno de estos vuelos, el vice-Führer me dijo: "Este avión de caza es maravilloso, pero sólo apto para vuelos cortos. Apuesto a que perdería toda su efectividad si lo cargara con tanques suplementarios de combustible en las alas". Yo equipé el aparato con esos depósitos y él apobo el comportamiento del aparato.
Poco después insistía Hess con los mismos argumentos, sobre los instrumentos de vuelo. Para demostrarle que la instalación de aparato de radio y telegrafía en el aparato no redundaría en perjuicio para el avión, mandé instalar dichos instrumentos. En fin, con estos pretextos Hess logró que le preparase el avión que deseaba para su aventura".
Hess despegó del aeropuerto privado de la firma Messerschmitt, a las 18 horas del sábado, 10 de mayo de 1941. A las 22 horas, 8 minutos fue localizado sobre la costa de Northumberland.
En la noche del 9 al 10 de mayo había sufrido Londres uno de los más violentos bombardeos de la batalla de Inglaterra. El sábado dia 10, los londinenses salieron al campo dispuestos a olvidarse por unas horas de la angustia de los refugios, del ulular de las sirenas, del fragor de los edificios desplomándose.
El día fue soleado y al anochecer regresaron los bombarderos alemanes. Para colmo, a las 10, de la noche, los observadores escoceses informaron al mando de la RAF de que un extraño avión había penetrado en el cielo británico por la costa de Northumberland.
La reacción fue de incredulidad. El mando aéreo británico no disponía de información sobre la fabricación en Alemania de aviones tan rápidos y de un radio de acción tan amplio. Pese a todo, aun escuadrilla de la RAF, mandaba por el duque de Hamilton salió en búsqueda del aparato. Pero no lo encontró, porque el Me-10 que no daría luego grandes resultados en combate era más rápido que los cazas británicos.
Mientras el duque de Hamilton buscaba el extraño avión, Hess buscaba el palacio del duque. Lanzóse al fin en paracaídas, a las 23 horas, 7 minutos, dejando que el avión se estrellase y un campesino escocés llamado David Mac Lean le localizó.
Hess había saltado cerca de la casa de Mac Lean. Este le ofreció té. Hess, en un inglés perfecto, expuso sus pretensiones al campesino: "Busco la casa del duque de Hamilton. Tengo que comunicar una importante noticia a la Royal Air Force (RAF). Estoy solo y voy desarmado".
Hess dijo llamarse Alfred Horn, y comenzó a frotarse un tobillo que se había lastimado al caer a tierra. Poco después llegó un coche de la Home Guard que había visto caer el avión. Hess fue conducido a Busby y encerrado en el cuartel de la Home Guard, pese a sus protestas.
Hess repitió varias veces, según los testigos: "soy oficial alemán". Pero la Home Guard comunicó a la superioridad haber capturado al capitán Hord que estaba en Gran Bretaña cumpliendo una misión especial de la que se personó en Busby a la mañana siguiente.
"El 11 de mayo llegué en compañía de un oficial al cuartel de Marthill -cuenta el duque de Hamilton-. Examinamos, en primer lugar, los objetos que portaba el detenido en el momento de ser capturado: una Leica, fotografías familiares, medicamentos, tarjetas de visita del profesor Karl Haushofer y de su hijo Albrecht.
Entré al cuarto del prisionero acompañado por el oficial de la guardia y por el que me había acompañado. Pero ambos salieron a instancias del prisionero, que quería habla a solas conmigo. El alemán empezó diciendo que me había conocido en la olimpiada de Berlín y que había almorzado varias veces en su casa: "No sé si me recordará usted, pero soy Rudolf Hess". Venía en misión humanitaria. El Führer estaba convencido de que ganaría la guerra muy pronto, quizá en uno o dos años. Más él, Hess estaba dispuesto a terminar con aquella matanza inútil.
Dice el duque que Hess hacia unos planteamientos tan fantásticos para terminar la guerra que mostraba su desconocimiento de la situación mundial".
Según Hess, si Gran Bretaña, seguía luchando será tragada por Estados Unidos, que se repartiría el mundo con Alemania y Japón. Pero si elegía la paz Alemania regiría los destinos del continente, incluyendo en éste a la Rusia europea, con la que aún Alemania no estaba en guerra.
La Rusia asiática sería de influencia japonesa y Gran Bretaña conservaría su imperio si devolvía las colonias que le fueron arrebatadas a Alemania tras la derrota de la Primera Guerra Mundial. Claro que Berlín consideraba al gobierno de Churchill como no grato y, por tanto, antes de proceder a firmar la paz con Gran Bretaña debería cambiar de gobierno.
El duque de Hamilton telefoneó al atardecer a Winston Churchill. Le comunico la noticia de la llegada de Hess y su impresión personal de que estaba completamente loco. Al mismo acuerdo llegaron la media docena de personalidades británicas que se entrevistaron con él a lo largo de 1941, por lo que Hess quedó relegado al olvido hasta que acabó la guerra.
Envuelto en una espléndida bata de mandarín recamada con dragones rojo y oro se hallaba Churchill a las últimas horas de ese fin de semana viendo "Los Hermanos Marx en el Oeste", cuando recibió el aviso de que le telefoneaba su amigo el duque de Hamilton. "Así me enteré de la sensacional noticia -cuenta en sus memorias-. Hubiera experimentado la misma emoción si mi compañero de gabinete, nuestro ministro de Asuntos Exteriores Eden, se lanzase de pronto en paracaídas desde un "Spitfire" en las cercanías de Berschtegaden".
Al día siguiente, Churchill daba las siguientes órdenes: "El señor Hess debe continuar a disposición del Ministerio de la Guerra como prisionero de guerra, lo que no excluye que posteriormente pueda ser acusado de delitos políticos. Este hombre es, principalmente, criminal de guerra como los demás jefes nazis y al igual que éstos, cuando termine la guerra puede llegar a ser condenado. En este caso concreto, un temprano arrepentimiento puede ser ventaja para él. Mientras, debe ser internado en una casa situada en los alrededores de Londres. Se estudiará su mentalidad y procurará hacérsele hablar. Se ha de cuidar especialmente su estado de salud y su comodidad. Sin embargo, debe ser estrechamente guardado, mantenido en total incomunicación con el exterior y no recibirá periódicos ni escuchará la radio. Debe ser tratado como un jefe militar, hecho prisionero de guerra".
La prensa británica aireó la noticia y aunque el gobierno trató de calificarle de loco, los periódicos insistían en dar un cariz triunfalista al asunto: "Hay gusanos en la manzana nazi... El enemigo se desmorona, Alemania quiere la paz..". Optimismo desmesurado: el día 10 la Luftwaffe había destruido completamente el edificio del Parlamento.
En Berlín aún fue mayor el mazazo. Según Speer, se encontraba éste haciendo antesala para hablar con Hitler cuando llegaron los ayudantes de Hess con una carta para el Führer. Oí de repente un grito inarticulado, casi propio de una garganta animal. Y Hitler siguió a continuación: "Que venga Borman, al instante. ¿Dónde está Borman?".
De acuerdo con la narración de Speer, Hitler tuvo una reunión con Borman, Goering, Ribbentrop, Goebbels y Himmler, tras la cual se serenó bastante. Pero durante el día 11 sólo repitió: "¿Quién va a creerme que Hess no ha actuado en mi nombre, que todo lo ocurrido no es algo concertado a espaldas de mis aliados?".
A Hitler le preocupaba singularmente la opinión de Tokio. Se consoló un tanto cuando el as de la aviación germana, Ernst Udet, le aseguró que en un Me-10 jamás lograría llegar a Gran Bretaña. Pero nuevamente se descompuso cuando la radio inglesa comunicó la noticia. Se supo entonces que el Me-10 llevaba depósitos suplementarios de combustible.
Para cubrirse ante los aliados del III Reich, Goebels lanzó la especie de que Hess era un perturbado que emprendió el vuelo en un ataque de locura. Borman, a su vez, comenzó a desacreditar a Hess con su pretendida impotencia sexual.
Fueron encarcelados los ayudantes de Hess y se temió que le ocurriera lo mismo a Messerschmitt. Pero el III Reich necesitaba su talento de ingeniero y los cazas que fabricaba. Goering, encolerizado, le llamó:
"-¿Es que usted entrega a cualquiera uno de sus cazas?
-Creo, señor ministro, que el Vice-Führer no es un cualquiera.
-Pero el Vice-Führer está loco.
-¿Y cómo iba a saber yo que ustedes tienen a un loco al frente de asuntos tan importantes... ?
Goering se rió.
-Messerschmitt, es usted incorregible. Siga construyendo sus aviones y tenga cuidado con los locos."